Imagina un líder sabio y virtuoso que guía a su pueblo hacia la prosperidad. Ahora, imagina que este mismo líder, después de construir un gran legado, se ve atrapado por el amor familiar y toma una decisión impulsada por la emoción, con consecuencias desastrosas. La historia siempre nos recuerda que, incluso los hombres más grandes, al caer en las trampas del corazón, terminan tumbando inmensos imperios.

Introducción

Un largo período de tiempo, entre el año 27 a.C. y el año 180 d.C., una época de brillo del vasto Imperio Romano, una era de gran prosperidad y relativa paz conocida como la “Pax Romana”, y donde los buenos emperadores destacaron por su sabio liderazgo. Marco Aurelio, el último de ellos, se convirtió en un faro de sabiduría estoica. Hoy, sus ‘Meditaciones’ son un legado de vida, un compendio de reflexiones que guían hacia la virtud (la excelencia de carácter y comportamiento).

Sin embargo, la historia nos cuenta una trágica ironía. Este legado, tan meticulosamente forjado, se desmoronó de un momento a otro, en manos de su sucesor, Cómodo. A diferencia de su padre, él carecía de la competencia necesaria para sostener un gran imperio que había sido forjado con tanto ahínco por sus predecesores.

La decadencia no tardó en hacerse presente, y las sombras se alargaron sobre Roma simbolizando el frágil equilibrio entre grandeza y ruina.

Principios del Buen Gobierno

El éxito de este período dorado se debió a la elección de gobernantes basados en méritos y virtudes. Trajano, Adriano, Antonio Pío, y por supuesto, Marco Aurelio, unificaron creencias, lenguas, educación, salud y economía dentro de sus fronteras, que eran muy amplias y asediadas, dándole al imperio una estabilidad nunca vista. 

Estos líderes ejemplares, por su calidad moral e intelectual, en vez de elegir a un descendiente directo, que era la costumbre, eligieron a los mejores de la dinastía Antonina con excepción del último. Así se aseguraron de que el trono estuviera en manos capaces, manteniendo la estabilidad y la prosperidad del imperio.

Virtudes que distinguen a un buen gobernante

Las virtudes que distinguieron a los buenos gobernantes de los malos en la historia romana, y en general a lo largo del tiempo pueden ser diversas, pero las más destacadas son:

1. Exigencia: La capacidad de mantener altos estándares y esperar lo mejor de uno mismo y de los demás es crucial para un buen gobernante. La exigencia garantiza que las tareas y responsabilidades se cumplan con excelencia, contribuyendo a un gobierno eficiente y efectivo.

2. Disciplina: La habilidad para mantenerse enfocado y perseverar a pesar de las dificultades es esencial para lograr objetivos a largo plazo. La disciplina en un gobernante asegura que se sigan las políticas y planes establecidos, sin sucumbir a la tentación de desviarse o rendirse ante los obstáculos.

3. Sabiduría: El conocimiento y la comprensión profunda de los asuntos del estado, la economía, y las relaciones internacionales son fundamentales para un buen liderazgo.

4. Prudencia: La habilidad de tomar decisiones sensatas y considerar las consecuencias a largo plazo es crucial. Gobernantes prudentes son estratégicos y evitaban acciones impulsivas.

5. Justicia: Los buenos gobernantes se caracterizan por su sentido de la justicia, actuando de manera equitativa y promoviendo leyes que beneficiaran a todos los ciudadanos.

6. Templanza: La capacidad de moderar deseos y emociones, evitando excesos y vicios, permite a los gobernantes mantener un comportamiento ejemplar.

7. Valor: El coraje para enfrentar desafíos y defender imperios, estados o empresas, ya sea en el campo de batalla o en decisiones difíciles.

8. Clemencia: La capacidad de mostrar misericordia y perdón es vista como una virtud importante. Los gobernantes justos saben cuándo ser severos y cuándo mostrar compasión.

9. Sentido de Pertenencia: En el contexto romano, la devoción a los dioses, la familia y la patria era muy valorada. Los buenos gobernantes muestran respeto y reverencia hacia estos aspectos.

10. Carisma y liderazgo: La capacidad de inspirar y motivar a ciudadanos, ejércitos o seguidores, generando confianza y lealtad, destaca a los líderes eficaces.

Un buen gobernante es visto como aquel que posee y practica, en gran parte todas estas virtudes, mientras que la falta de ellas a menudo resultaba en un liderazgo ineficaz o tiránico.

¿Qué pasó con Marco Aurelio, el hombre sabio?

Marco Aurelio, que curiosamente había mostrado un gran dominio toda su vida, dejando a un lado los excesos, excentricidades y grandes bacanales, finalmente se dejó arrastrar por sus sentimientos.

El emperador, padre de 13 hijos, de los cuales sobrevivieron apenas 5, y luego, con la muerte de su amada esposa, afligido, termina apegado a su único hijo varón sobreviviente, a quien decide dejar en su reemplazo, saltándose la buena tradición de sus antecesores.

El filósofo estoico que había guiado al imperio con sabiduría y templanza, se mostró vulnerable ante el amor de padre. Este acto, aunque comprensible desde una perspectiva humana, representó el inicio de la decadencia de un glorioso período romano.

Cómodo, a diferencia de su padre, no compartía las virtudes ni la capacidad de liderazgo necesarias para mantener la grandeza del imperio, y Roma comenzó a desmoronarse bajo su gobierno.

El Chantaje Emocional, una trampa para un buen gobierno

Es común observar que lo que le ocurrió a Marco Aurelio también les sucede a muchos hombres sabios que han forjado grandes legados. Atrapados por sus sentimientos y el amor hacia sus parejas e hijos, a veces abandonan buenas decisiones y dejan sus responsabilidades en manos de personas que no han demostrado la competencia necesaria para continuar con sus empresas.

Cualquier señal percibida por sus seres queridos como contraria a sus intereses es castigada con un chantaje emocional: pataletas, desplantes, indiferencia, amenazas de abandono o ruptura, u otro comportamiento que altera su juicio y les hace optar por complacerlos.

Esto generalmente trae consecuencias desastrosas, resultando en la ruina de grandes imperios y, a menudo, en la destrucción o desunión de las familias, que, al perder su bienestar y comodidades, quedan igualmente devastadas.

¿Qué podría representar un buen legado?

Uno de los grandes legados del Imperio Romano que ha perdurado a lo largo del tiempo es su sistema de gobierno y derecho. Los romanos desarrollaron conceptos como la separación de poderes, el gobierno representativo y la igualdad ante la ley. Estos principios han influido profundamente en las democracias modernas.

Todos los caminos del mundo conocido conducen a Roma, y ciertamente sus carreteras, canales y construcciones de aquel tiempo aún permanecen enhiestas en nuestros días.

También, las diferentes asambleas representadas por los hombres más influyentes, probos y capaces, era vital para la mejor participación ciudadana y la toma de decisiones. La expansión y conquistas romanas no solo fueron a sangre y fuego, sino también a través de la vía diplomática, sumando poblaciones debilitadas o amigas, regresándoles el esplendor que alguna vez habían tenido.

Este legado romano, forjado con sangre, sudor y mucha sabiduría, aún resuena y resonará en el futuro en nuestras estructuras políticas y sociales.

Conclusión

Un legado representa todo aquello bueno que vale la pena cuidar y proteger; algo que usualmente toma mucho tiempo y goza de gran valor, algo importante y significativo construido con gran tesón y esfuerzo, un ejemplo a seguir que puede traspasar generaciones. Aunque el camino no siempre sea de rosas, no hay que abandonar la intención de dejar un buen legado para hacer del mundo algo mejor.

Uno de los grandes legados del emperador Marco Aurelio son sus “Meditaciones”, y una de las principales enseñanzas dejadas -por su grave error-, es la importancia del control de las propias emociones. El amor por su hijo, luego de varias penurias, le llevó a tomar una decisión impulsada por el sentimiento, nombrando a Cómodo como su sucesor, lo que resultó en el inicio de la decadencia del imperio.

Este acto subraya que, aunque no podamos controlar los eventos externos, sí podemos controlar cómo respondemos ante ellos, y que la sabiduría debe guiar siempre nuestras decisiones más importantes, porque podremos terminar afectando a todos los que nos rodean y derrumbando todo lo construido.

Finalmente, ¡no es sino a través de la virtud que conquistaremos la eternidad!

Citas:

1. Posteguillo, Santiago. La legión perdida. Ediciones B, 2016.
2. Aurelio, Marco. Meditaciones. Edición de Gregorio Luri, Alianza Editorial, 2008.
3. Gibbon, Edward. The History of the Decline and Fall of the Roman Empire. 1776.