No es un secreto que el nuevo gobierno no se está mostrando amigo del empresario, el mismo que, en última instancia, es el llamado a generar riqueza y empleo. La sabiduría popular dice que la riqueza no se espanta, sino que se promueve, pero las señales que estamos viendo parecen ir en la dirección contraria.
Desde hace años, los gobiernos han venido cargando al sector productivo con mayores impuestos, buscando financiar un aparato estatal cada vez más grande y costoso. Ahora, con el “cambio” prometido, todo indica que ese festín burocrático continuará, con más cargas y menos incentivos para quienes arriesgan su capital y generan empleo.
A simple vista, puede parecer justo quitarle al que tiene para darle al que no tiene. Si nos preguntaran, la mayoría diría estar de acuerdo. Sin embargo, la realidad es más compleja: castigar al sector productivo no solo afecta a los empresarios, sino también a los trabajadores que dependen de ellos. El empleo es la mejor herramienta para combatir el hambre, pero cuando se asfixia a las empresas, se encarece la vida y se reducen las oportunidades para todos.
¿Por qué tanto malestar?
La molestia no es solo por los impuestos en sí, sino por la falta de equidad y eficiencia en su aplicación:
1. La carga siempre recae sobre los mismos. Mientras que más de la mitad de los potenciales contribuyentes evaden sus obligaciones o se mantienen en la informalidad, el sector formal es exprimido cada vez más.
2. Nos volvemos menos competitivos. Las empresas locales deben enfrentar una competencia global en condiciones desiguales. Más impuestos y regulaciones hacen que muchos negocios sean inviables, incentivando la fuga de capital y talento.
3. El dinero no se usa para crear oportunidades reales. En lugar de invertir en educación, infraestructura y desarrollo, los recursos muchas veces se destinan a subsidios que fomentan la dependencia, perpetuando la pobreza en lugar de erradicarla. Como dice el dicho: “enséñale al hombre a pescar, no le des el pescado”.
4. El más pobre rara vez recibe los beneficios prometidos. Entre la burocracia y la corrupción, los recursos rara vez llegan completos a quienes más los necesitan. Lo que se recauda suele quedarse en las manos equivocadas.
Ante este panorama, es natural que los inversionistas y emprendedores duden en seguir apostándole al país. Un entorno hostil para los negocios no fomenta la inversión, sino que la ahuyenta. Y cuando el capital se va, lo que queda es menos empleo, menos oportunidades y más miseria.
¿Cómo protegerse ante la incertidumbre?
En tiempos de cambios inciertos, la prudencia es clave. Muchos empresarios están considerando opciones para minimizar el riesgo, y entre las estrategias más mencionadas están:
1. Desinvertir y diversificar en mercados más seguros. No siempre es fácil, pero cuando el entorno se torna demasiado riesgoso, dolarizar parte del patrimonio es una opción razonable.
2. Evitar endeudamientos innecesarios. Con tasas de interés en aumento y una economía incierta, tomar nuevas deudas puede convertirse en una trampa difícil de sortear.
3. Aprovechar activos locales para buscar oportunidades fuera. Para quienes tienen inversiones poco líquidas, usar esos bienes como respaldo para financiar proyectos en el exterior puede ser una estrategia inteligente, anticipándose a posibles devaluaciones de la moneda nacional.
Reflexión final
El emprendimiento no solo genera riqueza, también fomenta la competencia, la innovación y el bienestar social. Un país que castiga a sus empresarios no puede esperar prosperidad. Si las señales de incertidumbre se convierten en políticas permanentes, corremos el riesgo de ver a Colombia rezagarse frente a sus vecinos en muy poco tiempo.
Muchos esperan un giro en las posturas del gobierno, una mayor sensatez económica. Pero mientras eso ocurre, la consigna es clara: prudencia, estrategia y preparación ante lo que pueda venir.
Un Cuento anecdótico y muy relacionado con el tema
¿Qué pasará de mantener esa antipatía y arremetida contra la riqueza? (tomado del portal Los Irreverentes y escrito por el analista económico Alberto Bernal):
“Supongamos que todos los días 10 individuos se reúnen a tomar cerveza en un bar, y que la cuenta del consumo diario llega a U$ 100.
Si estos individuos deciden pagar la cuenta de la misma forma como pagan los impuestos en el hemisferio occidental, la fórmula de pago sería la siguiente: los primeros 4 individuos no pagarían nada por la cerveza que consumen, el quinto pagaría U$1, el sexto U$3, el séptimo U$7, el octavo U$12, el noveno U$18, y el décimo, el más rico de todos, pagaría U$59.
Un día, el dueño del bar les dice a sus asiduos visitantes: ‘como Uds son tan buenos clientes, he decidido que voy a reducir la cuenta de $100 a $80’.
El grupo agradece y decide que el ahorro se debe distribuir en forma equitativa entre los que pagan. Sin embargo, caen en cuenta rápido de que si se dividen los U$20 entre 6, les estarían pagando por tomar cerveza al quinto y al sexto individuo (U$20 dividido entre 6 igual U$3,33).
El dueño del bar, viendo la cara de inconsistencia aritmética, aconseja lo siguiente: ‘¿Por qué mas bien intentan dividir los ahorros en la misma proporción del pago?’.
El pago quedaría entonces de la siguiente forma: ahora los primeros cinco miembros del grupo no pagan nada (antes eran cuatro). El sexto ahora paga U$2 en vez de U$3 (Un 33% de ahorro), el séptimo paga U$5 en vez de $7 (28% de ahorro), el octavo paga U$9 en vez de $12 (25% de ahorro), el noveno paga U$14 en vez de U$18 (22% de ahorro), y el décimo paga U$49 en vez de U$59 (16% de ahorro).
El trato parece justo pues todos los miembros del grupo ahorran dinero.
Sin embargo, al final de la noche, el sexto miembro del grupo, ya alicorado dice exaltado: ‘¡Un momentico, yo solo me ahorré un dólar mientras que el que más tiene se ahorró U$10!’; el octavo envalentonado también lo apoya: ‘¡es cierto! ¡yo me ahorré solo $3! ¡los ricos se salen siempre con la suya!’. Acto seguido los nueve individuos rodean al décimo y lo despellejan.
Al día siguiente solo llegaron nueve individuos a tomar cerveza, pues el décimo, el más rico, quedo mal herido después de la golpiza. Cuando el dueño del bar apareció con la cuenta de U$80, los nueve individuos se dieron cuenta de que no tenían cómo pagarla”.
Moraleja: ¡Ten cuidado con matar la gallina de los huevos de oro!
Comentarios recientes